viernes, noviembre 16, 2018

“Arte Joven” y su 40 años en Universidad de Valparaíso.CHILE. I parte.



Por Daniel Santelices Plaza, Académico UPLA, PUCV, UV.

Previo a la inauguración de la versión de 2018 de este Concurso que nació internamente en la Escuela de Arte de la entonces Universidad de Chile, Sede Valparaíso, y posteriormente se amplió hacia el resto de los artistas de hasta 35 años, se encuentra en exhibición en la Sala “El Farol”, una selección de los Premios de Honor. Y al cabo de 40 años, se ha producido una decantación donde las obras que mantienen su vigencia –suponemos que la selección fue bajo ese criterio- igual es posible advertir que hay obras que mantienen toda su potencialidad, mientras otras llaman a preguntarse la razón de haber obtenido el Premio de Honor.

De las que no cabe duda de su vigencia –y nos pronunciamos sobre las exhibidas dado que ignoramos qué potencialidad tenían las restantes- se encuentran en pintura la de Edwin Rojas “Sin Título” pintura/acrílico, 1993. E. Rojas tiene una sólida factura y si bien hoy su obra ha variado substancialmente in crescendo, todo apunta a que hubo un acierto en el Jurado que se dio cuenta que había en él un artista en ciernes que alcanzaría un pleno reconocimiento y sólida obra en el curso de los 25 años transcurridos a nuestros días. La de Víctor Castillo Miranda “Santos prejuicios” pintura, 1994, predomina el gusto por la pintura-pintura, donde tanto los colores como la textura, realzan el placer de pintar.

Magdalena Vial O. “Sin título” 1995, políptico con una iconografía que no busca identificar sino más bien son un pretexto para extasiarse en la materialidad del color, la huella del pincel, el rayado con el mango del pincel, y entremezclar colores de diferentes tonalidades, volviendo una y otra vez, hasta detenerse cuando la pintura se aquieta y el conjunto logra una armonía tonal que muestra una obra acabada. No hay temor a mirar lo que en parte fue el Grupo Cobra, entre otros. GiancarloBertini “Sin título”, pintura, 1997, trabajada en un solo color con una gran riqueza tonal, logra unas armonías que han sido una constante en su siempre instintivo pintar, donde el conocimiento se acumula en el fondo de su mente, que finalmente ordena y aflora en cada una de sus obras, lo que le da ese frescor y vitalidad hasta nuestros días, apreciándose los momentos de transición hasta nuevas solidificaciones certeras.  Felipe Quiñones “Sin título” pintura, 2016, retoma desde la contemporaneidad el retrato que el hiperrealismo puso de manifiesto en la década del sesenta y que hoy convive con todas las tendencias post-postmodernistas –superado el afán de que lo nuevo es mejor que lo antiguo y desechado el concepto de progreso- y realiza con despliegue de oficio, un retrato corriente, donde interesa realzar las variaciones tonales que confieren al volumen del rostro y  lo que considera el hacer bien hecho. Esteban Morales “Fin en color” 2013, pintura, trabaja desde una perspectiva matérica con texturas pictóricas entremezcladas con gran limpidez, utilizando como soporte un desnudo que denota dominio de figura humana que es a la vez expresiva, extasiándose en los colores puros y luego en riquezas tonales que inundan toda su obra. Mariana Najmanovich “De la serie Funny Games” 2017, técnica mixta, tiene una evocación del pop art al extraer del entorno la cotidianeidad testimonial y plasmarlo en la tela como una evocación de un instante que –al igual que ayer- marca una época. Sachiyo Nishimura “Vías 1 a” 2003, fotografía, técnica no habitualmente premiada en estos tipos de concursos, lo cual nada justifica que no lo sea, dado que es desde hace muchísimo tiempo un arte sin discusión, y justamente hay en esta obra una potencia cuya fuerza conserva y que se acrecienta en el curso del tiempo. Posee una solidez con una clara evidencia, tanto por su excelente composición como por su rigor en la técnica, además de su proposición creativa plena de vitalidad. Enrique Zamudio “El boldo y espinos” 1988, pintura. Basado en telas intervenidas con emulsión fotográfica, plasma desde documentos históricos –el terremoto de 1906 en Valparaíso- hasta la naturaleza intervenida con pintura, como en este caso. Ha marcado toda una época con un trabajo que ha experimentado diferentes giros, fiel a la experimentación, cuya valoración demanda adentrarse en sus formas de trabajar. Carolina Agüero “La belleza de la muerte” 2015, tríptico, fotografía, con un carácter lúdico aborda el retrato donde está la imagen plena de juventud y sensualidad, cuando conceptualmente es el retrato –como lo son todos- el de un muerto. De ahí los gestos y la de las  flores finalmente.        

Víctor MaturanaLeighton “El perro” 1983, escultura madera y cuerda, rescata de lo cotidiano un objeto y lo lleva a otra escala, creando una nueva realidad que permite reparar en ese objeto común y enaltecerlo desde su simplicidad. El pop norteamericano es un referente en este caso.

José Vicente Gajardo “Mutación Urbana” 1986, escultura en granito negro, despliega creatividad y exhaustivo oficio de cuidado acabado en donde lo pulimentado, la huella de la herramienta, los volúmenes que sobresalen y  adentran, otorgan al volumen una atractiva belleza que sorprende en su pulcritud y composición de fina abstracción.

Iván Cabezón “Valor de cada día” 1985, escultura en metal, un talentoso escultor que trabaja prácticamente con desechos que son realzados por su poder creativo, donde la interacción de lo dado –el material que ya ha estado utilizado- es intervenido aprovechando sus formas de la función que tuvo y es entremezclado con otras materialidades. El resultado es una obra plena de vigor, evidenciando ya sea una pugna con el establishment o una proposición nueva en su creación.
Hay obras que en el curso del tiempo parecen perder el poder de arte que la llevaron a obtener el máximo galardón. A mi juicio sucede con la obra de Vicente Román “La máquina familia” 2009, tridimensional, que bien podríamos denominar una instalación,  en la que interviene una serie de objetos cotidianos de tiempos pretéritos, con cabezas de muñecos como si fuesen testimonios de retratos familiares en volumen, lúdicamente. Otro tanto acontece con José Cornejo “Carga Nacional Clase A, Clase B”, 1989, pintura, donde se aprecia un muy buen dominio en el uso del color y su aplicación cuidada en la tela, quedando en una situación pendiente en el trabajo de la figura humana, que  suele pasar la cuenta cuando exige un pleno dominio. Con Paloma Villalobos “Límite entre piel y ropa” 1998, fotografía, conceptual con una técnica fotográfica en deuda, la factura no realza la idea que es evidenciada en el título mismo de la obra.



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