Por Daniel Santelices Plaza, Académico UPLA, PUCV, UV.
Previo a la
inauguración de la versión de 2018 de este Concurso que nació internamente en
la Escuela de Arte de la entonces Universidad de Chile, Sede Valparaíso, y
posteriormente se amplió hacia el resto de los artistas de hasta 35 años, se
encuentra en exhibición en la Sala “El Farol”, una selección de los Premios de
Honor. Y al cabo de 40 años, se ha producido una decantación donde las obras
que mantienen su vigencia –suponemos que la selección fue bajo ese criterio-
igual es posible advertir que hay obras que mantienen toda su potencialidad,
mientras otras llaman a preguntarse la razón de haber obtenido el Premio de
Honor.
De las que no cabe
duda de su vigencia –y nos pronunciamos sobre las exhibidas dado que ignoramos qué
potencialidad tenían las restantes- se encuentran en pintura la de Edwin Rojas
“Sin Título” pintura/acrílico, 1993. E. Rojas tiene una sólida factura y si
bien hoy su obra ha variado substancialmente in crescendo, todo apunta a que hubo un acierto en el Jurado que se
dio cuenta que había en él un artista en ciernes que alcanzaría un pleno
reconocimiento y sólida obra en el curso de los 25 años transcurridos a
nuestros días. La de Víctor Castillo Miranda “Santos prejuicios” pintura, 1994,
predomina el gusto por la pintura-pintura, donde tanto los colores como la
textura, realzan el placer de pintar.
Magdalena Vial
O. “Sin título” 1995, políptico con una iconografía que no busca identificar
sino más bien son un pretexto para extasiarse en la materialidad del color, la
huella del pincel, el rayado con el mango del pincel, y entremezclar colores de
diferentes tonalidades, volviendo una y otra vez, hasta detenerse cuando la pintura
se aquieta y el conjunto logra una armonía tonal que muestra una obra acabada.
No hay temor a mirar lo que en parte fue el Grupo Cobra, entre otros. GiancarloBertini “Sin título”, pintura, 1997, trabajada en un solo color con una gran
riqueza tonal, logra unas armonías que han sido una constante en su siempre
instintivo pintar, donde el conocimiento se acumula en el fondo de su mente,
que finalmente ordena y aflora en cada una de sus obras, lo que le da ese
frescor y vitalidad hasta nuestros días, apreciándose los momentos de
transición hasta nuevas solidificaciones certeras. Felipe Quiñones “Sin título” pintura, 2016,
retoma desde la contemporaneidad el retrato que el hiperrealismo puso de
manifiesto en la década del sesenta y que hoy convive con todas las tendencias
post-postmodernistas –superado el afán de que lo nuevo es mejor que lo antiguo
y desechado el concepto de progreso- y realiza con despliegue de oficio, un
retrato corriente, donde interesa realzar las variaciones tonales que confieren
al volumen del rostro y lo que considera
el hacer bien hecho. Esteban Morales “Fin en color” 2013, pintura, trabaja
desde una perspectiva matérica con texturas pictóricas entremezcladas con gran
limpidez, utilizando como soporte un desnudo que denota dominio de figura
humana que es a la vez expresiva, extasiándose en los colores puros y luego en
riquezas tonales que inundan toda su obra. Mariana Najmanovich “De la serie
Funny Games” 2017, técnica mixta, tiene una evocación del pop art al extraer
del entorno la cotidianeidad testimonial y plasmarlo en la tela como una
evocación de un instante que –al igual que ayer- marca una época. Sachiyo
Nishimura “Vías 1 a” 2003, fotografía, técnica no habitualmente premiada en
estos tipos de concursos, lo cual nada justifica que no lo sea, dado que es
desde hace muchísimo tiempo un arte sin discusión, y justamente hay en esta
obra una potencia cuya fuerza conserva y que se acrecienta en el curso del
tiempo. Posee una solidez con una clara evidencia, tanto por su excelente composición
como por su rigor en la técnica, además de su proposición creativa plena de
vitalidad. Enrique Zamudio “El boldo y espinos” 1988, pintura. Basado en telas
intervenidas con emulsión fotográfica, plasma desde documentos históricos –el
terremoto de 1906 en Valparaíso- hasta la naturaleza intervenida con pintura,
como en este caso. Ha marcado toda una época con un trabajo que ha
experimentado diferentes giros, fiel a la experimentación, cuya valoración
demanda adentrarse en sus formas de trabajar. Carolina Agüero “La belleza de la
muerte” 2015, tríptico, fotografía, con un carácter lúdico aborda el retrato
donde está la imagen plena de juventud y sensualidad, cuando conceptualmente es
el retrato –como lo son todos- el de un muerto. De ahí los gestos y la de
las flores finalmente.
Víctor MaturanaLeighton “El perro” 1983, escultura madera y cuerda, rescata de lo cotidiano un
objeto y lo lleva a otra escala, creando una nueva realidad que permite reparar
en ese objeto común y enaltecerlo desde su simplicidad. El pop norteamericano
es un referente en este caso.
José Vicente
Gajardo “Mutación Urbana” 1986, escultura en granito negro, despliega
creatividad y exhaustivo oficio de cuidado acabado en donde lo pulimentado, la
huella de la herramienta, los volúmenes que sobresalen y adentran, otorgan al volumen una atractiva
belleza que sorprende en su pulcritud y composición de fina abstracción.
Iván Cabezón “Valor
de cada día” 1985, escultura en metal, un talentoso escultor que trabaja
prácticamente con desechos que son realzados por su poder creativo, donde la
interacción de lo dado –el material que ya ha estado utilizado- es intervenido
aprovechando sus formas de la función que tuvo y es entremezclado con otras
materialidades. El resultado es una obra plena de vigor, evidenciando ya sea
una pugna con el establishment o una proposición nueva en su creación.
Hay obras que en
el curso del tiempo parecen perder el poder de arte que la llevaron a obtener
el máximo galardón. A mi juicio sucede con la obra de Vicente Román “La máquina
familia” 2009, tridimensional, que bien podríamos denominar una instalación, en la que interviene una serie de objetos
cotidianos de tiempos pretéritos, con cabezas de muñecos como si fuesen
testimonios de retratos familiares en volumen, lúdicamente. Otro tanto acontece
con José Cornejo “Carga Nacional Clase A, Clase B”, 1989, pintura, donde se aprecia
un muy buen dominio en el uso del color y su aplicación cuidada en la tela, quedando
en una situación pendiente en el trabajo de la figura humana, que suele pasar la cuenta cuando exige un pleno
dominio. Con Paloma Villalobos “Límite entre piel y ropa” 1998, fotografía,
conceptual con una técnica fotográfica en deuda, la factura no realza la idea
que es evidenciada en el título mismo de la obra.
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