jueves, diciembre 07, 2006

Dios perdona, Balmes no


EL PINTOR REPASA SU HISTORIA DESDE LA PRIMERA VEZ QUE ESCUCHÓ EL NOMBRE PINOCHET


Hace siete días, el dictador fue internado de urgencia en el Hospital Militar de Santiago por un infarto. Uno de sus más acérrimos enemigos en el mundo del arte es el hoy director del Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Sus cuadros narran una historia que no se puede callar.




José Balmes no necesita presentaciones. Premio Nacional de Arte y actual director del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, este emblemático artista de origen catalán es uno de los más fervientes opositores a Pinochet. Con una camisa y un bluejeans que le otorgan un irresistible aspecto de joven octogenario, Balmes abre las puertas de su casa en Ñuñoa. Se sienta en su mítica silla de mimbre y dispara: “Yo no lo conocí nunca a este personaje que ahora se encuentra mal, me sorprende cómo una persona que esté en un estado tan grave pueda hablar con todo el mundo, es un poco raro; es, una vez más, teatro”.

La primera vez que escuchó hablar de Pinochet fue durante el Gobierno de Allende: “Era un general que tenía un cargo determinado, no me recuerdo exactamente de qué estaba a cargo, un general constitucional”. De allá al golpe de Estado. El 11 de septiembre, Balmes iba camino a La Moneda para reunirse con una delegación mexicana de cultura. Alcanzó a llegar a la plaza Baquedano, donde se enteró de la situación y se fue a la Facultad de Bellas Artes. “Supe rápidamente lo que iba a pasar, había unos amigos que me estaban esperando para preguntarme qué iba a pasar con el Consejo Universitario; yo le contesté que, por favor, no pregunten huevadas”.

El compromiso y el activismo político de Balmes antes y durante el Gobierno de Allende, junto a su cargo de decano de la Escuela de Bellas Artes, concluyeron en el exilio inmediato del “decano, el que se pegaba las farras con Allende”.



EXILIO FOR EVER

Desde el lejano 1939, cuando llegó a Chile en el mítico “Winnipeg” huyendo de Francisco Franco, Balmes se ve nuevamente forzado al exilio por otro dictador, Augusto Pinochet. Así que a finales de octubre de 1973, escoltado por el embajador de Francia en persona, en un bus escolar de la Alianza Francesa, se embarca en un anónimo vuelo rumbo a París, donde vivirá casi 10 años.

Desde 1974 se instala, junto a su mujer y su hija, en el mismo taller donde había trabajado Chagall, en la legendaria “Ruche” (la colmena), “un exilio en París viviendo en un lugar como ‘La Ruche’ puede parecer idílico; sin embargo, fue muy fuerte y doloroso, sobre todo para Gracia. Yo ya había vivido eso”.

Desde este lugar, en el cual trabajaron artistas como Léger, Modigliani o Soutine, Balmes, junto a un grupo de artistas, organiza una incansable y tenaz “resistencia pictórica” a la dictadura de Pinochet: “Permanecí muy activo contra al régimen, con muchos amigos, con muchos pintores; organizamos toda una labor de resistencia”.

En los años 80, gracias a la intermediación de la Unesco, Balmes primero y, después de un mes, su mujer, Gracia, y su hija, Concepción, pudieron volver a Chile. El regreso definitivo del artista ocurrió en 1985; él lo recuerda con gran nostalgia, ya que marcó el regreso para siempre de su padre a España. Su padre se había quedado junto a la madre de Gracia Barros, en la casa de Ñuñoa durante el exilio “Mi padre me dijo: ‘El exilio de usted ha terminado; bueno, el mío también, me voy a España’. Y se fue a morir a su pueblo”.

LOS GRITOS

Balmes opone el espacio, aparentemente anodino de las telas, a la sanguinaria represión militar de Pinochet, con la perentoriedad de su trazo, la vehemencia de su paleta y la implacable consistencia de los tantos objetos que pueblan sus cuadros. Cada cuadro narra una historia que no se puede callar, cada uno es el testimonio elocuente del momento histórico que lo parió. En su obra siempre hay una alusión a los hechos, los asesinos, los desaparecidos, la Constitución del ’80, las protestas, el atentado, el plebiscito. “Todo se refleja siempre en mi obra, siempre concibo mi trabajo en la medida de lo que pasa y de lo que nos pasa, ayer la dictadura, hoy Beirut”.

Pinochet está omnipresente en su vida desde 1973. Nunca lo ha representado físicamente en su obra. “Hay fechas, hitos, situaciones, pero nunca lo retraté o lo simbolicé, sería casi como hacerle un homenaje. La tierra, los restos de ropa de desaparecidos, todo esto es Pinochet, no se necesita su cara”. Le pedimos que pintara un retrato imaginario del general: “Si tuviera que pintarlo lo haría con una tela de color gris, y a letras cubitales le pondría ‘sin nombre’”.

De su detención en Londres opina que fue “una gran cosa que este personaje siniestro estuviera preso, se creía omnipotente”. De perdonarlo, ni hablar: “El perdón por un hombre así parece una especie de deber católico. No sé si en otro mundo, si es que existe, lo perdonarían. Hay gente que ha muerto, padres, madres, mujeres que han sufrido. ¿A quién le va a pedir perdón por todo eso?”.

Su muerte no se la cree, no por el momento. Quizás, lo que Balmes está esperando es, más que la muerte física de Pinochet, que muera esta especie de corte borgiana que se reúne para los cumpleaños y las hospitalizaciones, bajo los teatrales efectos de las cámaras de televisión, en una patética apelación de presentes y ausentes históricos para celebrar a un rey sin trono ni corona. Todos unidos como chilenos en un balmesiano “NO” a la aberración, a la ceguera política, a la devoción popular, y sobre todo “NO” a los 3.197 desaparecidos.


La Nación por Bárbara Morana

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